¡¡¡ Más corazón en las manos !!!

Hace tiempo que tenía ganas de escribir sobre las personas que, en la atención institucionalizada, más tiempo pasan con los mayores: las gerocultoras.

Estas profesionales han sido un grupo que han polarizado la opinión en torno a su cometido. Probablemente esta circunstancia tenga varias causas. Por un lado, en nuestro país la normativa de carácter laboral en torno a la regulación de esta figura en relación al cuidado profesional de los mayores es muy reciente, de finales de los años 90, si la comparamos con otros colectivos. De hecho, incluso dentro de los convenios colectivos la disciplina de gerocultora ha sufrido transformaciones tanto de tipo semántico como funcional. Aunque se les sigue llamando "gerocultoras" su cometido cada vez se parece más al de las auxiliares de enfermería que trabajan en el entorno sanitario. ¿Porqué entonces no se les llama auxiliares de enfermería sin más en lugar de gerocultoras?. La respuesta, si bien es sencilla, no está exenta de la necesidad de matizaciones. 

Históricamente, las residencias de personas mayores estaban investidas, y aun lo siguen estando en cierta medida, de un halo de antro de reclusión forzada de personas. Seres despojados en otros tiempos de toda categoría humana: enfermos mentales, conductas antisociales, enfermos, dementes, decrépitos... Con estos calificativos eran denominados los habitantes de los centros cuya utilidad social era, básicamente, alejar a estas personas del mundo de los "normales". Con los años, la medicalización de la institucionalización de la asistencia de las personas en el límite de la exclusión social, excelentemente abordada e investigada por el siempre genial filósofo Michel Foucault, otorgó a los poderes del Estado la hegemonía de recluir a los decrépitos (ancianos), además de los dementes (enfermos mentales y discapacitados intelectuales) y tullidos (discapacitados) en lugares cuya organización recaía exclusivamente en su director, el cual a su vez solo debía dar explicaciones a instancias muy superiores. En esta dictadura asistencial, las personas que padecieran la más completa de las enfermedades, esto es el envejecimiento, eran recluidas por el mero hecho de ser viejos y no poder ser asistidos por otras personas de su entorno inmediato, como hijos, sobrinos o hermanos. Al ser individuos al margen del desarrollo social e imagen fiel de la dependencia, las personas que les asistirían no podían ser otras que aquellas que hacen de la Caridad y la Misericordia sus manos derecha e izquierda. Las congregaciones religiosas fueron las primeras que construyeron centros para atender a estos ancianos, allá por el siglo XVI, mucho antes que el Estado. El Reino de España no empezó a promulgar la necesidad de creación de estas construcciones hasta mediados del XIX, tres siglos después con la Ley de Beneficencia. Esto evidencia que el modelo asistencial que acogía a los ancianos era el del refugio, el acogimiento, o lo que es más sencillo: el asilo. Esta atención asilar está impregnada de connotaciones particulares, que ponían por delante la atención espiritual, psicológica y social a la de tipo biológico y técnico, ya que esta última se ha desarrollado en los últimos 50 años.

Teniendo en cuenta esto, no podemos obviar que el sistema asilar de atención a los mayores ha sido básicamente el absolutamente mayoritario hasta el año 2000, año en el cual en nuestro país se aprobaron y se pusieron en marcha las leyes de Asociaciones (2/2000) y Fundaciones (50/2000). Así contemplado, no es difícil comprender que la imagen y reputación de las personas que ayudaban a las "monjas y frailes" en la ardua tarea de cuidar de los ancianos, iba aparejada a la del modelo que las acogía de manera institucional. En centros donde no había más normativa que el desempeño vocacional de la Caridad y la Misericordia, sin avances técnicos que permitieran unos cuidados especializados, los cuidados a los mayores dependían del "alma caritativa" que les atendía, o lo que es lo mismo de las gerocultoras. Estas obreras del bien ajeno estuvieron, a veces merecidamente, denostadas ante el resto de la Sociedad. Para los otros mortales de fuera del asilo, estas mujeres eran "lavaculos". Sus conocimientos eran muy limitados, hasta el punto de no saber leer ni escribir, ya que en el asilo ¿qué falta hacía?. El perfil era el de una mujer (los hombres no eran bien acogidos por cuestiones obvias en las congregaciones religiosas, mayoritariamente femeninas), viuda o soltera entrada en años, con nulo poder adquisitivo. La inmensa mayoría hacía su trabajo a cambio del plato de comida y alguna gratificación dineraria. Un trabajo sin medios técnicos ni profesionales. ¿Quien concibe hoy el no hacer cambios posturales a los ancianos encamados o el no cambiar los pañales a los ancianos incontinentes?. Pues en un mundo sin grúas para personas ni pañales, las úlceras pútridas, las llagas llamadas por otros, el olor penetrante y ácido del amoniaco de la orina, constituían la atmósfera de un lugar digno de dejar en el pasado.

La posterior y relativamente reciente regulación legal sobre los requisitos mínimos funcionales que deben cumplir todos los centros de mayores, exigen un nivel de conocimientos en materia sanitaria medio-alto. No puede ser de otra manera. Esta situación, por otro lado, si bien importante ha planteado no pocos dilemas en la organización de los cuidados de nuestro mayores. Desde hace algunos años, diez o quince, y en un periodo temporal próximo que no bajará de otros diez, estarán conviviendo dos perfiles asistenciales, dentro de la categoría laboral de gerocultora, en el mismo espacio físico. Uno es aquel formado por las auxiliares de enfermería, titulación de Formación Profesional de grado medio y superior. Sus prácticas académicas suelen darse en el entorno del hospital. Sus herramientas de cuidados son las técnicas de enfermería, el auxilio a la enfermera, esta ya graduada universitaria, pero con un corpus de conocimientos basado en la ciencia y en la evidencia. Para este grupo, el anciano de una residencia sigue siendo "el paciente", más que otra cosa. El otro grupo estaría formado por aquellas mujeres iletradas, las últimas que entraron al asilo de las monjas a ayudarles a cuidar de los ancianos; ¿Su labor?: lavarles mucho y bien, darles de comer lo que tenían, aunque no supieran si eran diabéticos o dislipémicos, y vestirles con lo que tenían o con lo que la Providencia las dotaba. Pero había un cuidado que prevalecía sobre el resto. El cariño, el afecto y la cercanía humana era la mejor, y a veces la única herramienta de cuidados. Los ancianos podían estar "llagados" pero querían mucho a las personas que cada día les mostraban mucho amor.

A veces el solo esfuerzo de imaginarnos el aseo de una persona mayor, o no, que se ha hecho encima sus necesidades, que ha defecado u orinado dentro de su ropa, nos lleva a eludir cualquier reflexión. Pero el caso que nos ocupa obliga. Si supiéramos que mañana cualquiera de nosotros va a estar en esa situación de dependencia extrema ¿a quien de nuestros seres queridos le delegaríamos la labor de lavarnos el culo?. Muy probablemente nadie se ha hecho todavía esta pregunta, o si. Recordemos a aquel familiar, si no a nosotros mismos, cuando durante la estancia en el hospital, por ejemplo para parir, su estado ha requerido realizar las necesidades de eliminación más básicas en la cama; que alguien nos ponga el "cómodo" (qué gracioso aquel, probablemente español, que le pusiera ese nombre, por cierto...) se ha convertido en motivo de vergüenza, de pudor extremo, algo que no queremos que nos hagan nuestros hijos, o nuestro cónyuge. Recuerdo ahora a una antigua residente que me decía que le pedía a Dios morirse el día antes de que alguien tuviera que ponerle las bragas o limpiarle el culo. ¿No pensáis que esto que hemos venido a llamar "lavar el culo" comprende muchas más cosas de lo que pensábamos?. Es mucho más que arrastrar la porquería humana en una dirección u otra, según se trate de un hombre o una mujer, técnicamente hablando.

Las gerocultoras y las auxiliares de enfermería son dos paradigmas de atención complementarios, no diferentes. Juntas forman el tándem ideal de atención a la persona mayor. Aquellas provistas de cariño y cercanía humana, pero sin los suficientes conocimientos técnicos. Las otras, excelentes profesionales que evidencian grandes dotes de desempeño profesional de carácter técnico, pero que muchas veces adolecen de la proximidad humana que les exige la persona enferma no más que de edad. Ambas son La Gerocultora, con mayúsculas. Esta es la que comparte más tiempo con los mayores durante sus últimos años de vida que cualquiera de sus familiares más cercanos. Es la confidente de sus penas y sus alegrías. Es la que los anima en Nochebuena o Nochevieja, cuando sin saber muy bien porqué nadie de su prole les ha llamado para recordarles que siguen siendo parte de una familia, a la que dejaron sin intención de hacerlo y por no ser una "carga". Es aquella que les da dos besos en cada mejilla una vez que las ha puesto guapas y limpias por la mañana. Es aquella que les limpia el culo con la misma naturalidad que lo hacían sus madres cuando eran pequeños, con cariño, sabiendo lo que están haciendo. Es también aquella a la que hemos pillado llorando en algún rincón cuando ha muerto un anciano en la residencia, su anciano.

Para concluir, es importante reivindicar más respeto por la disciplina profesional de la gerocultora. Ya se están jubilando en nuestras residencias. Con ellas se van muchos valores que debemos esforzarnos por mantener en las residencias y centros de día. Los que trabajamos en la gestión debemos esforzarnos por preservar la atención humana y también técnicamente profesional, ante la meramente profesional. En resumen, debemos utilizar de ejemplo a estas gerocultoras, y aludiendo a San Camilo animar a que las nuevas generaciones de gerocultoras tengan MAS CORAZON EN LAS MANOS.

Ahí queda eso...

Comentarios

  1. Maria Ayala de la Peña28 de agosto de 2016, 11:20

    Preciosa la reflexión, y muy real. Mi fundadora decía: un vaso de agua ya podrás dar... xq al final la famosa calidad, si no está impregnada de cariño y entrega personal, no es tal.

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  2. MUY BUENO, me ha emocionado.
    Leí hace poco las palabras de una mujer (perfil gerocultora) que había trabajado en un hospital indio en los años 90. Describía la sordidez de ese mundo sin grúas y, sobre las úlceras, acababa confesando: "Sí, son asquerosas, pero son de alguien". De una persona.
    Muchas gracias Carmelo

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  3. MUY BUENO, me ha emocionado.
    Leí hace poco las palabras de una mujer (perfil gerocultora) que había trabajado en un hospital indio en los años 90. Describía la sordidez de ese mundo sin grúas y, sobre las úlceras, acababa confesando: "Sí, son asquerosas, pero son de alguien". De una persona.
    Muchas gracias Carmelo

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  4. La verdad es que si, son el alma de la residencia. Yo como enfermera de una residencia se lo digo en cada reunión o formación, son nuestros ojos y oídos e incluso nuestras manos. Las enfermeras no podemos estar en todos lados, y ellas son las que están con ellos 24 horas y son mas numerosas, claro está: los asean, visten,levantan, cambian, dan de comer,acuestan,movilizan... Son ellas las que nos dicen a funalico lo veo triste, hoy lo noto raro, la orina tiene un color raro,le he visto una rojez o herida, al moverlo se ha quejado..., todo, quizás no con el tecnicismo apropiado pero nosotras sabemos a lo que se refieren e interpretarlas. Sin ellas no podríamos hacer bien nuestro trabajo,gracias a ellas damos los cuidados de calidad que se merecen, la mas mínima incidencia se detecta rápidamente. Es verdad que no todas tienen los conocimientos técnicos y científicos que deberían pero el cariño y dedicación que les dan, compensa la balanza.
    Como bien dices Carmelo, esos ancianos que su familia solo vino el día del ingreso, y que ni en su cumpleaños les felicitan...Pero para eso estamos nosotros, para cantarles su cumpleaños feliz, para llenarle de besos y tener un detalle. Cuantas he visto que le pagaban la peluquería a una abuela porque ella no podía, o traele un dulce por su cumpleaños,e incluso sacarlos de paseo en sus días libres. Porque son "nuestros abuelos", dejan sus vidas en nuestras manos,y es nuestro deber hacer que esos años se sientan seguros,queridos y respetados,como cualquier otra persona,y no un estorbo o una carga.
    Son unas grandes profesionales, unas porque son mas mujeres que hombres, y grandes personas, con un corazón enorme y merecen gran respeto y admiración. Y espero también que esa vocación emocional no se pierda entre las nuevas generaciones, entre tantos conocimientos y técnicas. Debería ser una asignarura,"aprender a dar cariño, a escuchar"

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