Navidades con arrugas
El otro día estuve tomando café con una amiga y su madre. Me animaba a que volviera a retomar el blog, después de una etapa de paternidad. Pero me pedía que intentara ser un poco más positivo. "Eres muy negativo. Lo pones todo negro". La verdad es que he estado pensando mucho sobre estas palabras. y he llegado a la conclusión de que posiblemente, casi probablemente, ella tuviera razón.
Es por este motivo, para que lo pueda comprobar cuando lea mi blog, que la imagen de la izquierda es un precioso amanecer en la Sierra de la Pila. Para mi simboliza una etapa más luminosa. No por ello, voy a descuidar la crítica social a lo que nos pasa alrededor, y aveces nos atraviesa de una manera sorprendente, sin ser maravillosa.
Las navidades ya están aquí. Son fechas que en principio deben ser alegres, y que caramba, lo son. Son motivo de regocijo para los que creemos en Jesús, y también para los que no comparten esta visión trascedente de la vida y del mundo. Las residencias, tal y como ya adelantaba en la pasada entrada del día 2 de Enero de 2013, se engalanan para hacer que estos días sean un poco más especiales. Es cierto que durante todo el año suelen hacerse diferentes fiestas con el ánimo de ayudar a los ancianos en distintas áreas: lúdico, social psicoestimulación. Pero la Navidad es distinta. A pesar de estar dentro de un programa de actividades, tanto los profesionales de las residencias como los mayores la vivimos de manera diferente al resto. Los esfuerzos por que todo salga bien se doblan; si la fiesta de la castaña sale regular, pues ya saldrá mejor el año próximo. Pero no podemos hablar con esta ligereza cuando hablamos de las navidades. La Navidad nace de la celebración de la reunión de una preciosa familia en un pesebre, junto con animales, allá hace 2013 años, en Belén. Es una oda a la familia, al calor familiar sea en el contexto que sea. Recordemos que María, Jesús y José acogieron la adoración de los tres Reyes Magos en un ambiente paupérrimo, la máxima expresión de la humildad, calentados por los alientos de un buey y una mula. No hace falta lujo ni grandilocuencia para pasar unas buenas Navidades. Solo hace falta reflexionar un poco en el sentido mismo de esta festividad y darle un poco más de sentido a la vida en familia.
Nuestros mayores son testigos del paso de los años, y de otras navidades. La familia se mantiene, pero en otro sitio. Unas veces por motivos ineludibles, y otras por motivos inexcusables. La cuestión es que debemos intentar acompañar a nuestros mayores con un sentimiento verdadero de familia. Los que me conocen bien en mi vertiente profesional saben bien que no me gusta el trato paternalista a los mayores. Así los infantilizamos, y obviamos sus necesidades adultas. Pero el sentimiento de familia del que hablo más arriba no es paternalismo, ni mucho menos. Es hacer patente la trascendente evidencia de la relación que se establece entre la persona mayor y la que le cuida, y que va más allá del mero cumplimiento de las prescripciones médicas o los planes de cuidados enfermeros. Las relaciones personales que se dan en un lugar, como es la residencia, donde la gente no va a ser "tratada" sino que va a vivir el resto de sus días, es distinta. Es especial, añadiría. Las compañeras se ponen los trajes de Reyes Magos, y les sacan los dulces que tanto llevan de cabeza a los médicos (por los azúcares y el colesterol, se entiende). Son días de complicidad anónima. Ellas también rememoran sus vivencias infantiles: la impaciencia al poner los adornos del árbol de Navidad, las luces de colores, las postales a los familiares, etc...
Solo hay que mirarles a la cara y nos podemos dar cuenta, con un poco de humildad y verdadera intención de "ver", las emociones que despiertan en los ancianos la Navidad. Son las mismas emociones que nos pueden despertar a nosotros, sin diferencia. Lo que si es diferente es la intensidad de estas emociones. Algunas son más intensas en los más mayores que en los más jóvenes. Lógico. Ellos tienen más años, es decir, más experiencia, y aprecian los matices de los gestos de manera diferente. Sienten y sentimos añoranza, por los años pasados, por otros tiempos que a veces a pesar de ser más penosos eran en otro lugar, con los suyos. También sienten y sentimos melancolía, por el recuerdo de las personas que ya no pueden estar con nosotros nunca más, que se fueron por el camino del final de los tiempos, para no volver a esta vida; padres, hijos, hermanos, aparecen en las reminiscencias del anciano durante los minutos de insomnio, mientras las pastillas para dormir empiezan a hacer su milagroso efecto. Quizás a algunos de nosotros estas emociones todavía no sean muy intensas. Para otros en cambio ya lo son. Tiempo al tiempo.
No debemos olvidar que estas fiestas deben suponer una oportunidad para empezar a acercarnos al de enfrente, al anciano, de tal manera que nos pongamos a su lado y nos quedemos allí para siempre, o al menos hasta que él quiera o bien las Parcas lo reclamen. Los profesionales debemos aprovechar esta celebración y la apertura emocional que supone, para dejarnos llevar por los sentimientos y emociones que emergen al vivir día a día, los minutos de vida de las personas que cuidamos. Son momentos para recordar que en el pesebre de Belén junto al Niño Jesús no había una matrona haciéndole un Apgar, ni una enfermera, ni un terapeuta ocupacional. Habían personas que lo querían y que se lo hacían ver. Para nosotros, los creyentes, y para los que no lo son, es una oportunidad de poner a cada anciano en el pesebre junto al Niño Dios, y mostrarle el mismo aprecio, el mismo respeto.
Feliz Navidad y muy próspero año 2014. Mucha salud sobre todo, aunque la lotería no nos toque. La suerte nos alegra cada día recordándonos que estamos vivos junto a los que queremos, a pesar de que no tengamos perricas para gambas. Los polvorones también valen, caramba.
Es por este motivo, para que lo pueda comprobar cuando lea mi blog, que la imagen de la izquierda es un precioso amanecer en la Sierra de la Pila. Para mi simboliza una etapa más luminosa. No por ello, voy a descuidar la crítica social a lo que nos pasa alrededor, y aveces nos atraviesa de una manera sorprendente, sin ser maravillosa.
Las navidades ya están aquí. Son fechas que en principio deben ser alegres, y que caramba, lo son. Son motivo de regocijo para los que creemos en Jesús, y también para los que no comparten esta visión trascedente de la vida y del mundo. Las residencias, tal y como ya adelantaba en la pasada entrada del día 2 de Enero de 2013, se engalanan para hacer que estos días sean un poco más especiales. Es cierto que durante todo el año suelen hacerse diferentes fiestas con el ánimo de ayudar a los ancianos en distintas áreas: lúdico, social psicoestimulación. Pero la Navidad es distinta. A pesar de estar dentro de un programa de actividades, tanto los profesionales de las residencias como los mayores la vivimos de manera diferente al resto. Los esfuerzos por que todo salga bien se doblan; si la fiesta de la castaña sale regular, pues ya saldrá mejor el año próximo. Pero no podemos hablar con esta ligereza cuando hablamos de las navidades. La Navidad nace de la celebración de la reunión de una preciosa familia en un pesebre, junto con animales, allá hace 2013 años, en Belén. Es una oda a la familia, al calor familiar sea en el contexto que sea. Recordemos que María, Jesús y José acogieron la adoración de los tres Reyes Magos en un ambiente paupérrimo, la máxima expresión de la humildad, calentados por los alientos de un buey y una mula. No hace falta lujo ni grandilocuencia para pasar unas buenas Navidades. Solo hace falta reflexionar un poco en el sentido mismo de esta festividad y darle un poco más de sentido a la vida en familia.
Nuestros mayores son testigos del paso de los años, y de otras navidades. La familia se mantiene, pero en otro sitio. Unas veces por motivos ineludibles, y otras por motivos inexcusables. La cuestión es que debemos intentar acompañar a nuestros mayores con un sentimiento verdadero de familia. Los que me conocen bien en mi vertiente profesional saben bien que no me gusta el trato paternalista a los mayores. Así los infantilizamos, y obviamos sus necesidades adultas. Pero el sentimiento de familia del que hablo más arriba no es paternalismo, ni mucho menos. Es hacer patente la trascendente evidencia de la relación que se establece entre la persona mayor y la que le cuida, y que va más allá del mero cumplimiento de las prescripciones médicas o los planes de cuidados enfermeros. Las relaciones personales que se dan en un lugar, como es la residencia, donde la gente no va a ser "tratada" sino que va a vivir el resto de sus días, es distinta. Es especial, añadiría. Las compañeras se ponen los trajes de Reyes Magos, y les sacan los dulces que tanto llevan de cabeza a los médicos (por los azúcares y el colesterol, se entiende). Son días de complicidad anónima. Ellas también rememoran sus vivencias infantiles: la impaciencia al poner los adornos del árbol de Navidad, las luces de colores, las postales a los familiares, etc...
Solo hay que mirarles a la cara y nos podemos dar cuenta, con un poco de humildad y verdadera intención de "ver", las emociones que despiertan en los ancianos la Navidad. Son las mismas emociones que nos pueden despertar a nosotros, sin diferencia. Lo que si es diferente es la intensidad de estas emociones. Algunas son más intensas en los más mayores que en los más jóvenes. Lógico. Ellos tienen más años, es decir, más experiencia, y aprecian los matices de los gestos de manera diferente. Sienten y sentimos añoranza, por los años pasados, por otros tiempos que a veces a pesar de ser más penosos eran en otro lugar, con los suyos. También sienten y sentimos melancolía, por el recuerdo de las personas que ya no pueden estar con nosotros nunca más, que se fueron por el camino del final de los tiempos, para no volver a esta vida; padres, hijos, hermanos, aparecen en las reminiscencias del anciano durante los minutos de insomnio, mientras las pastillas para dormir empiezan a hacer su milagroso efecto. Quizás a algunos de nosotros estas emociones todavía no sean muy intensas. Para otros en cambio ya lo son. Tiempo al tiempo.
No debemos olvidar que estas fiestas deben suponer una oportunidad para empezar a acercarnos al de enfrente, al anciano, de tal manera que nos pongamos a su lado y nos quedemos allí para siempre, o al menos hasta que él quiera o bien las Parcas lo reclamen. Los profesionales debemos aprovechar esta celebración y la apertura emocional que supone, para dejarnos llevar por los sentimientos y emociones que emergen al vivir día a día, los minutos de vida de las personas que cuidamos. Son momentos para recordar que en el pesebre de Belén junto al Niño Jesús no había una matrona haciéndole un Apgar, ni una enfermera, ni un terapeuta ocupacional. Habían personas que lo querían y que se lo hacían ver. Para nosotros, los creyentes, y para los que no lo son, es una oportunidad de poner a cada anciano en el pesebre junto al Niño Dios, y mostrarle el mismo aprecio, el mismo respeto.
Feliz Navidad y muy próspero año 2014. Mucha salud sobre todo, aunque la lotería no nos toque. La suerte nos alegra cada día recordándonos que estamos vivos junto a los que queremos, a pesar de que no tengamos perricas para gambas. Los polvorones también valen, caramba.
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