¡¡ Valora y cree !! y se bienvenido...

Hace tiempo que tenía ganas de escribir una entrada de esas que hablan de uno mismo, de las que no están influidas por acontecimientos recientes relacionados con decisiones políticas, ni por circunstancias sociológicas o antropológicas. En esta ocasión no necesitaré ninguna excusa externa para hablar de temas importantes, aunque mejor diría trascendentales.

Desde un punto religioso son días preparatorios para la Semana Santa. Días grandes para los que somos cristianos. Son jornadas de reflexión, de introspección, de repensarse como profesionales, pero sobre todo como personas. Porque no es posible separar lo humano trascendental de lo humano instrumental, de su capacidad tecnológica, como si de agua y aceite se tratara. Ya hace algunos años escuché afirmar plenamente convencido a uno de mis maestros en gerontología, el doctor Louis Gonzalez, que los que una vez decidimos dedicar nuestra vida a cuidar, a sanar a otros, teníamos la responsabilidad de ser humanistas, de pensar en lo humano desde nuestra propia humanidad.

Cuando un día concreto de nuestra vida profesional las enfermeras somos conscientes de lo trascendental de nuestra misión en la vida, se abre ante nuestros ojos un mundo diferente, abrumador. A unas les pasa cuando un paciente muere mientras ella lo mantenía agarrado de la mano. A otros cuando son testigos mudos de lo humano del sufrimiento, a pesar de lo funesto de su padecimiento; lo humano es lo que nos queda cuando ese día nos rendimos ante la imposible tarea de erradicar el sufrimiento de la vida de los otros, y somos conscientes que quizás, solo quizás, nuestra misión es acompañar, sostener al otro ser humano que padece en su sufrimiento. Porque el sufrimiento es algo tan consustancial a la condición de humanidad del ser humano que no es posible entender el uno sin la otra, hasta el punto de desear acabar con la propia vida, o la de los demás, cuando no somos capaces de eliminar el sufrimiento, como única vía de escape. Algo tan incierto como poco abordado.


Dos situaciones se dan habitualmente en nuestra vida profesional, al menos en la mía como enfermero, la del día a día, que aparecen como los mayores obstáculos frente a la apertura de nuestro ser a la trascendencia de la humanidad del otro, de cualquier otro ser humano. Por un lado, la tendencia a asociar el sanar, el cuidar, exclusivamente a una reducción de la vida a la tecnología que aparentemente la facilita; por lo visto el paradigma biotecnológico utilitarista, propio de una sociedad contemporánea cada vez más alejada del pensamiento crítico, nos ha llevado a asociar calidad de cuidados con uso, y en ocasiones abuso, de la tecnología. Y por otro, está la negación de la propia espiritualidad del ser humano, que no solo de la religión, la nuestra y la de los demás.  Expliquemos brevemente estos dos aspectos que he venido a denominar como obstáculos frente a la necesaria trascendencia humanista.


La tecnología es necesaria, imprescindible para relacionarnos, para facilitar una parte de nuestras vidas. De hecho, la medicina y el progreso social han avanzado tanto como lo han hecho gracias a la tecnología. El problema surge cuando el ser humano, afortunadamente imperfecto, confunde un tipo de vida fácil, la tecnológica, con una vida mejor, con la misma vida. Lo hemos visto con nuestros hijos, al sustituir algo tan sustancialmente humano como la relación social, por algo tan artificial como las redes "IN-sociales". Mucho más grave es que los profesionales de la salud, o de lo social (médicos, enfermeras, trabajadoras sociales, psicólogas, maestros, profesores, etc) confundan el desarrollo de los procedimientos tecnológicos de sus respectivas profesiones con la misión humana de "servir al otro", de SER su apoyo, su bastón. Posiblemente por esta causa estas profesiones se invisten de humanidad cuando en determinados momentos de crisis son capaces de trascender lo meramente tecnológico, ya sea por fracaso de este o por necesidad vital de quien trasciende, y destacan del resto siendo identificados por los sufrientes, por los necesitados de humanidad, y calificados como "profesionales muy humanos". Cuando esto pasa los profesionales son vivientes del sufrimiento, del suyo, al haber contemplado cara a cara el sufrimiento del otro, del que necesita de su consuelo, de su ayuda, de su humano sostenimiento. Nos debería hacer pensar, y mucho, qué fue aquello que se rompió, quizás se arregló, durante la muy reciente pandemia, al ver y vivir tantas muestras de sufrimiento, la de los pacientes y las nuestras propias. 


La negación de la espiritualidad es fruto de la inmadurez, del infantilismo moral al que nos ha llevado una vida social hedonista, esclava del placer inmediato y fácil. Actúa en nuestra mente como lo hace la anestesia en un paciente al que se debe "dormir" para evitarle el dolor físico que le produciría una incisión en su cuerpo destinada irónicamente a eliminar su sufrimiento físico. En un momento dado nos hemos creído, porque así nos lo han vendido, que todo tipo de sufrimiento, no solo el físico, se elimina con drogas. Nuestras drogas son el consumismo inútil, las drogas de todo tipo, el disfrute físico por el placer, pero sobre todo la negación del propio sufrimiento. Esto lo veo cada día en algunos compañeros que niegan la existencia de valores y creencias de los pacientes. Porque, no interesarse sobre los valores y las creencias de aquellos a quienes cuidamos es robarle una parte de su humanidad. Muchos de nuestros planes de cuidados están faltos de valoración de la esfera "valores y creencias", poniendo como pretexto paradójicamente lo íntimo y personal de ello. Es de un cinismo sin parangón entrar sin llamar ni pedir permiso a las habitaciones de los enfermos, comunicarles diagnósticos a veces delante del compañero de habitación, ese que no quiere que sepa nada de su vida, asearles sin mostrar respeto ante el pudor de un cuerpo enfermo, deformado, totalmente desnudo, y decir que no le preguntamos al paciente por sus valores y creencias precisamente aludiendo a aquello que vulneramos constantemente, la intimidad. En mí opinión no preguntamos sobre la dimensión espiritual porque nos da miedo quitar la tela que un día pusimos sobre el espejo en el que se convierten las otras personas con las que nos relacionamos, en las que nos vemos cuando las miramos con ojos humanos, especialmente las que sufren. Porque ver su sufrimiento, a través de sus valores y creencias nos obliga a replantearnos nuestros propios valores y creencias. No mirando al alma de los otros a través de sus llamadas de atención nos convertimos en robots, en máquinas, que algún día serán sustituidas por otras máquinas, estas de acero y placas base.

Y es que hablar de creencias, aunque sean las del que sufre ante nosotros, nos lleva a reflexionar sobre lo que creemos nosotros. Nuestra innata capacidad de empatía traiciona a algunos hasta el punto de sorprenderse al darse cuenta de cómo en un determinado momento una lágrima quiere salir de su ojo, o de como una profunda pena se apodera de su "ser". Solo dos alternativas tiene el profesional que aspira a ser humanista con los otros seres humanos con los que ha adquirido el compromiso de cuidarles con todas las consecuencias.

Una alternativa es seguir cerrado los ojos de su propia alma, anestesiando su sufrimiento, negar la existencia de la espiritualidad, en cualquier manifestación religiosa o incluso sin religión. A estos ciegos se les queda corto negar cualquier manifestación religiosa y llegan a negar incluso la misma espiritualidad que le permite amar sin condiciones a sus hijos, a sus madres, a sentir compasión por los que sufren en la lejanía que les protege, como a los que sufren en países subdesarrollados o víctimas de desastres naturales.

La otra alternativa es abrirse de una vez a su propia trascendencia, y con ella a la de los de demás. No podemos respetar los valores y creencias de los otros que sufren sin respetar nuestros propios valores y creencias. Me da pena, pero sobre todo me preocupa que muchas de las que conforman las nuevas generaciones de enfermeras no hablen de sus creencias abiertamente, por miedo a lo que puedan decir sus compañeros, sobre todo si tienen más edad que ellas o si ostentan puestos de responsabilidad. Hasta que un día se cansan de orar a escondidas y dejan de hacerlo. A continuación eliminan su culpa proyectándola en las "falacias" de la religión y sus defectos, porque los tiene ya que la religión es una construcción humana, imperfecta, mientras que la espiritualidad es pura porque es divina, nos es dada.


Cada día me levanto con la alegría de recibir la palabra de Cristo a través de un mensaje de diariamente nos envía al grupo familiar uno de mis hermanos, Javier, cual querido hermano Gabriel de La Misión, siempre transmitiendo alegría de vivir esperanza en el nuevo día y en que éste ha sido posible gracias a la voluntad de Dios.

Sí, queridos compañeros, soy creyente, católico y cristiano, y enfermero. Porque creer no es de analfabetos, como nos pretenden meter en la cabeza. Y me siento feliz de hacerlo y serlo. Cada día respeto a cada uno de los pacientes a los que intento cuidar como se merecen, haciendo uso de la tecnología, y de conocimientos científicos que son esenciales para proporcionarles un cuidado apropiado. Pero a pesar de que eso es mucho, para mí siempre es incompleto si no me esfuerzo en mirar a los ojos del alma de esa persona que precisamente porque sufre ha acudido a la consulta. Solo viéndolo como mi hermano a ojos de Cristo, sin pena, pero sí con mucho respeto y compasión siento darle más de lo meramente suficiente.

Hace mucho tiempo que sufro junto a mis pacientes, porque en ocasiones es una manera de hacerles saber que siento su dolor, su sufrimiento, por supuesto que no el mismo ya que no soy ellos, pero que afortunadamente a veces alivia su carga de sufrimiento. Porque la carga compartida de sufrimiento es menos carga, pesa y se clava menos.


Confieso que hace años, la juventud, la inmadurez de la vida, nuestra falsa creencia de inmortalidad, me llevaron a ver solo imperfecciones en los que sufren y padecen. "El sufrimiento era un error". Solo con el paso del tiempo o con la vivencia de determinadas experiencias, es cuando somos conscientes de que hay tantos misterios en el hecho de estar vivo, aquí y ahora, en este lugar concreto que no en otro, rodeado de vosotros que no de otros, ni en otra parte del mundo sino en esta, viviendo estas determinadas circunstancias y no otras, que solo entonces intuyes que lo trascendental es la respuesta, y también la eterna pregunta: Señor ¿porqué yo, aquí y ahora?. Cuando esas reflexiones te las haces mientras desempeñas tú trabajo, el que uno escogió sin saber muy bien porqué, pero al que amas profundamente, y te das cuenta de que ese trabajo consiste en cuidar de otras personas que sufren y padecen, entonces el peso de la responsabilidad es casi tan grande como la satisfacción de estar haciendo algo bueno por el otro, especialmente por los que sufren.

Os recomiendo una lectura diaria, el capítulo 25, versículos 34-40, de San Mateo. Es la mejor guía clínica que conozco para empatizar con toda la humanidad y sentirse verdaderamente "hermano" de Cristo, el ungido.

También os recomiendo una preciosa película norteamericana (está en Amazon), y no es de tiros ni de asesinatos en serie. Se llama "La cabaña". Me la recomendó una alma buena que es la única manera que tengo para definir a mi compañera María. Os aseguro que os veréis en cada escena, en las de risas y en las de lágrimas, en las de alegrías y también en las de culpa, y en las de rabia.

Vivimos días de alegría porque son jornadas que invitan a la conversión, a mirar a la humanidad con ojos de humano, y pedir perdón para sentirse en paz, con uno mismo y con el resto de la humanidad. Son días de no sentirse sólo, porque nunca lo estamos. Presta atención querido lector, y notarás el calor del brazo de nuestro hermano mayor rodeando nuestra espalda y apoyando nuestra cabeza en su pecho.

Solo entonces te darás cuenta de que merece la pena vivir porque tú presencia humana y profesional hace que la vida del otro merezca la pena, sobre todo cuando sabe que no dejarás de mirarle, de compadecerte de su sufrimiento, porque sabe que lo sostendrás cuando más sienta flaquear sus fuerzas por culpa de la enfermedad, de su mortalidad, de ese recordatorio universal de que antes, durante y después la trascendencia, Dios, siempre ES y ESTÁ. Valora y cree, con Fé y Esperanza, y Caridad, la tuya y las de los demás, y verás como la vida empieza a formar un camino delante tuyo, del que solo puedes ver algunos pocos metros, camino que se llama "sentido de la vida".

Comentarios

  1. Enhorabuena Carmelo por tu excelente reflexión en estos días de Inicio de la Cuaresma 2023, la lectura relajada y profunda de cada párrafo nos adentra en realidades del día a día y nos ayuda a ser mejores personas, incluso superada la Semana Santa. Me identifico contigo, soy Creyente, Católica y procuro, cada día, ser mejor persona y más humana. Abrazos llenos de cariño unidos a Felicitaciones!!!

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  2. Carmelo enhorabuena! Un artículo lo mas de interesante y gratificador para mi.Graciassss

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