Cumpleaños final...
Llevamos varias semanas de confinamiento, muchas, por culpa del maldito coronavirus. Hace unos días el presidente Sánchez, anunció lo que para muchos era un secreto a voces, aunque para los sanitarios no tanto: el estado de alarma, y el correspondiente confinamiento en nuestras casas, se prolongará quince días más, al menos. Pero los niños, como novedad, podrán empezar a salir para pasear con los padres. A partir de mañana también podremos hacerlo otros, para hacer deporte, pasear.... Pero ¿y los mayores de las residencias que actualmente están confinados en sus habitaciones?.

Otros ancianos están perdiendo facultades físicas como consecuencia de la inmovilidad prolongada. A la pérdida del contacto con sus familiares, también hace más de un mes, prácticamente sin previo aviso, se suma la pérdida del contacto con aquellos compañeros con los que compartían residencia. Expatriados de esta “sociedad del bienestar”, que ante la falta de recursos para mantenerles en sus casas, “les olvidó”. Un encierro social, que cada día alivian tantas y tantas muestras de cariño y afecto, y por supuesto profesionalidad, de cada una de las profesionales que les cuidan. Cariño que ahora tampoco pueden manifestar con caricias y besos, para prevenir el contagio del maldito Covid-19.
Las residencias no son hospitales, nunca lo fueron ni lo pretendieron. Las medidas de aislamiento pronto comenzarán a cobrarse otro tipo de víctimas si este no se alivia: mayores atravesados por la melancolía, por la ausencia del afecto, privados de la posibilidad de ver a los hijos que una vez parieron, y de la oportunidad de que estos les muestren su amor, su cariño, ese mismo tantas veces cuestionado. La factura por la falta de previsión de recursos y de infraestructuras de la administración pública sanitaria, nacional y regional, no pueden pagarla ni los mayores ni sus familias.
El aislamiento al que se debe someter a los mayores que manifiestan síntomas respiratorios aíslan igualmente al resto. Muchos de estos mayores, tras llevarles al hospital por cualquier otra cosa, todavía vuelven a las residencias sin que nadie les haya hecho una prueba de detección del virus. Esto hace que tengamos que aislarle al menos catorce días más. Y al resto se les priva de la libertad de un pasillo, de una sala de televisión, de un momento de compartir risas mientras hacen manualidades, para que no se les atrofien los dedos, ni la mente.
Mis compañeras de la residencia, con esa calidad humana que las caracteriza, intentaron alegrar el día de Carmen por su cumpleaños. Le llevaron un trocito de tarta a la habitación donde está “salvaguardada del virus” para celebrarlo. Cuando terminaron de cantarle el cumpleaños feliz, de sus temblorosos y emocionados labios, y con lágrimas en los ojos Carmen solo pudo decir: “¿cumpleaños feliz? Esto parece mi cumpleaños final”.
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