Y la culpa la tuvo la sonda

Hace un par de semanas tuve la enorme suerte de poder cerrar el programa de unas inminentes jornadas en Murcia que, sobre ética y final de vida, ha organizado la asociación para la que trabajo. Precisamente, uno de los temas más relevantes (todos son importantes) que se abordarán es el de la nutrición e hidratación en personas frágiles, concretamente las personas mayores. Curiosa circunstancia esta ya que no hace muchos días pude leer un excelente artículo de Ana Alfageme, en El País (1), que me ha venido que ni pintado para hablar de este tema, sin necesidad de esperar a noviembre, que será cuando celebraremos las jornadas. 

Tras la lectura reiterada solo del titular se desprende una especie de pseudo-mantra que reza: “Alzheimer: No hay que alimentar con sonda”. Desde el punto de vista del profesional, el artículo no aporta ni una sola evidencia científica que soporte dicho lema (a los que piensen a partir de este momento que soy un intransigente les recomiendo leer esta entrada hasta el final); y lo digo así porque la interpretación sesgada del posicionamiento de la prestigiosa Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (de la cual soy socio, por cierto) no es evidencia científica, y después diré los motivos. Desde el punto de vista del que lee el artículo, sin conocimientos ni experiencias previas y/o regulares con este tipo de personas (las que padecen Alzheimer, digo), para la denostadamente conocida como “gente de a pie”, el contenido del artículo previsible y rotundamente la confunde y la “desinforma” a partes iguales. Intentaré argumentar mi posición al respecto, abordando diferentes aspectos.

Demencia no es lo mismo que decir Alzheimer
Me resulta muy interesante la manera en que algo tan complicado como la nutrición e hidratación en personas con enfermedades terribles, es descrita como una tortura en el Alzheimer. Quizás deberíamos comenzar por explicar que hay muchos tipos de demencia, no solo el Alzheimer. Esta patología, si bien es cierto que es la más prevalente, no es la única. Debemos resaltar que el Alzheimer ha venido experimentando una relativa disminución en su prevalencia como consecuencia de que, desde hace unos quince años, el avance en el diagnóstico precoz de la demencia, en general, más preciso gracias a mejores técnicas de neuroimagen y al descubrimiento de nuevos biomarcadores; por este motivo, hoy se diagnostican tipos de demencias que antes se diagnosticaban como “Posible Alzheimer”. Esto debería servir para empezar a no ver a todas las personas con demencia como enfermas de Alzheimer. Y digo esto porque la historia y progresión de esta enfermedad no es más triste que la de otras que no gozan de su popularidad, siendo algunas incluso más cruentas que el Alzheimer. Hay muchas patologías neurológicas, que se dan en ancianos y también en no ancianos, cuya progresión puede incluir trastornos de la deglución; sirvan de ejemplo de esto que afirmo la parálisis supranuclear progresiva (PSP) o la demencia por cuerpos de Lewy (hasta hace poco referida como demencia de Parkinson); en éstas los enfermos sufren paralizaciones de su musculatura siendo plenamente conscientes de su deterioro, en un amplio porcentaje de casos. Por eso, empezar a hablar de Alzheimer a la ligera y de no alimentar por sonda ya me parece bastante arriesgado.

Por otro lado está lo que se debe entender como cuadro terminal en el contexto de una demencia. Tal y como hemos explicado más arriba la demencia es un cuadro de síntomas y alteraciones diversas, que según su origen, evolución y afectación va denominarse de una forma u otra. Por ello, no podemos hablar del pronóstico de la demencia, pues su presencia es como síndrome, y no existe como enfermedad hasta que no se le pone el apellido cuya primera parte es la palabra “tipo” (demencia tipo Alzheimer, demencia tipo cuerpos de Lewy, demencia tipo Pick, etc). Esto supone que cada tipo de demencia tendrá unas características que la define y que la diferencia del resto. Sabiendo esto supongo que será más fácil entender que la enfermedad de Alzheimer tiene un pronóstico distinto a la de Pick. Pero la misma demencia tipo Alzheimer tiene variantes diferentes, unas más agresivas y de menor tiempo de progresión y otras menos agresivas y con un mayor tiempo de progresión mórbida. Por eso los que trabajamos con personas con demencia tipo Alzheimer sabemos que no hay dos enfermos iguales, como tampoco hay dos enfermedades iguales aunque se llamen de la misma manera. Así, se entiende que las generalizaciones como las del título: Alzheimer: No hay que alimentar con sonda (1), no solo es arriesgada sino de una imprudencia supina.

Independientemente de la demencia que sufra la persona, se introduce habitualmente en este debate ético el concepto “terminal”. Los compañeros que trabajan en cuidados paliativos saben que el criterio de terminalidad no es una cuestión de fechas sino del estado del paciente y de la enfermedad de base que esté padeciendo. Por lo visto, el resto de compañeros no parecen saberlo. Por eso cuando hablamos de la enfermedad de Alzheimer se suele utilizar tanto la Escala de Deterioro Global, de Reisberg (más conocida por sus siglas en inglés GDS), como la Escala de Demencia Clínica (también más conocida por sus siglas anglosajonas CDR). El problema radica en que a la hora de estadiar a un paciente, estas escalas lo hacen para conocer en qué momento de deterioro se encuentra el cerebro del paciente, y lo hace a través de una serie de síntomas que más o menos son clásicos dependiendo del tipo de demencia. Pero estas escalas NO SIRVEN PARA PRONOSTICAR LA MUERTE del paciente con demencia. Así cuando hablamos de demencia avanzada las escalas lo hacen para hablar del daño sufrido por el cerebro, pero no del pronóstico vital del paciente, al menos a corto plazo. Debe quedar claro que cuando hablamos de demencia avanzada NO ES LO MISMO QUE DECIR ENFERMO TERMINAL. Esta desacertada similitud entre terminalidad y cuadro de demencia avanzado lleva a numerosas confusiones que suelen acabar en decisiones poco consensuadas, pero sobre todo erróneas en su mayoría. En mis años de experiencia profesional he conocido innumerables casos de personas con demencia tipo Alzheimer en un estadio GDS 7 (es el más avanzado) que han vivido más de 8 años y SIN SONDA.

Malnutrición, problemas de deglución y Alzheimer
Es cierto que muchas enfermedades neurológicas cursan con alteraciones motoras que pueden traducirse en problemas de deglución, además de otros. Pero padecer enfermedad de Alzheimer no siempre se acompaña de problemas para alimentarse. Es bueno que los lectores sepan que las apraxias de la masticación (mover los alimentos en la boca para trocearlos; tiene un control más o menos voluntario), e incluso de la deglución (desplazar los alimentos desde la boca hasta el esófago; tiene un control de tipo más involuntario) van a entorpecer la normal masticación, así como la normal deglución. Hay que saber que no todos los enfermos de demencia tipo Azheimer van a desarrollar estos síntomas con la misma intensidad, a diferencia de lo que les pasa a los enfermos de Parkinson o de la Parálisis Supranuclear Progresiva (PSP). Por otro lado, la malnutrición que ocurre si no nutrimos a los enfermos adecuadamente podría provocar su muerte. Esto que digo, no lo hago yo, sino que lo afirmó el Dr. Pedro Gil Gregorio, especialista en Geriatría, hace 5 años en el mismo periódico de cuyo artículo ahora hablamos (2); el Dr. Gil Gregorio, reputado y prestigioso especialista en geriatría, defendía, como supongo que seguirá haciendo, que los enfermos de Alzheimer mueren a causa de las infecciones que contraen y por la malnutrición que pueden llegar a padecer; esta última complicación se exacerba en estos enfermos debido al gasto anormal que su metabolismo induce (se cree que por un estrés desmedido de la zona temporal de su deteriorado cerebro). 

Visto esto, creo que la cuestión que debemos tratar no se debe enmarcar en el terreno de tener o no una enfermedad neurodegenerativa. Tampoco considero que se trate de la conveniencia o no de nutrir a los pacientes adecuadamente, pues vemos que queda más que patente y demostrada la necesidad clínica y humana, sobre todo humana, de procurarles sustento nutricional. Para que no queden dudas en mi argumentario me gustaría que nos planteáramos que opinarían sobre esto los pacientes y familiares de personas que, desgraciadamente, padecen cáncer de cuello y/o boca, a los que en ocasiones se les somete a cirugías paliativas (la finalidad no es curar sino retrasar la muerte, aunque en el entorno clínico se suele suavizar esa expresión con esta otra: “aumentar la esperanza de vida a corto plazo”). Estos deben portar sondas nasogástricas durante meses o hasta sus últimos momentos por requerimientos del tratamiento oncológico, al igual que otros reservorios y catéteres que, recordemos, no buscan su cura sino su mayor supervivencia aun sabiendo que morirá. Éticamente hablando no hay diferencia. Y no la hay porque hablamos de personas humanas, no de pacientes; la realidad es otra, ya que a pesar de la ética, cuando como profesionales estamos delante de la familia de una persona de 45 o 50 años con cáncer no nos sentimos igual que cuando lo hacemos con otra familia de un paciente de 75 años con demencia. Desde mi punto de vista, la enfermedad padecida no debe ser el criterio, ni la edad. Entonces, ¿porqué no suele hablarse en prensa de estos casos cuando afectan a personas con cáncer?¿porqué solo salen los pobres enfermos de Alzheimer (de 75 años para arriba, por cierto)?.

Debemos añadir que los problemas de alteración de la alimentación en el enfermo de Alzheimer, puede deberse a dos grandes grupos de causas que debemos entender como reversibles e irreversibles. Todos partimos de la misma premisa confusa: el enfermo de Alzheimer solo pierde, nunca gana, de manera que un síntoma nuevo no es reversible. Además de confusa es rotundamente falsa. Hay síntomas, como la alteración de la alimentación, que puede aparecer por causas irreversibles: un avance rápido de las complicaciones en estadios muy avanzados de la enfermedad, incluso una vez dentro del propio estadio GDS 7; la confluencia de este avance en estadios muy avanzados del GDS7 de Reisberg con otras complicaciones, como por ejemplo, una insuficiencia renal crónica en estadio terminal y/o con fracaso renal. Pero el enfermo de Alzheimer también experimenta cuadros de alteración de la alimentación por causas potencialmente reversibles: una caída, una alteración del estado mental y/o cognitivo por la muerte de alguien cercano, un trastorno del comportamiento como la agresividad y la agitación psicomotriz, el insomnio, el estreñimiento, un pico de estrés por el traslado a un hospital, o después de estar ingresado en un hospital, por una infección que ha requerido mucha carga de antibióticos, etc…La cuestión, tal y como podemos comprobar, es que en la práctica nos son pocas las ocasiones en que es difícil distinguir los reversibles de los irreversibles. Esta dificultad no exime al profesional de obligarse a procurar que el anciano con Alzheimer intente volver al sistema tradicional de alimentación, la vía oral, aunque sea con nutrición artificial, como son los triturados, o los batidos normo e hipercalóricos de los laboratorios.

¿Que hacer si el trastorno de la deglución aparece?


Llegados a este punto de mi exposición es muy relevante que los lectores conozcan que no es lo mismo alimentar que nutrir. Si, soy consciente que para muchos esto puede ser una aporía, y lo es en la vida diaria, pero no en la cotidianeidad de la vida profesional clínica, sanitaria. Hasta este punto de mi reflexión habrán podido comprobar como he procurado utilizar los términos “alimentación” y “nutrición” de manera muy cuidadosa (después de leer este párrafo quizás sería interesante releer lo que he escrito hasta ahora). Alimentarse hace referencia al acto mecánico de llevar la comida a la boca y comenzar a triturar los alimentos; también incluye las fases orofaríngeas (deglución en la faringe) y esofágicas (pasar por el tubo que llega hasta el estómago). La nutrición hace referencia a los procesos bioquímicos que el cuerpo realiza para el procesamiento y asimilación de los principios nutricionales (hidratos, grasas, proteínas, sales minerales, oligoelementos, etc…). Como vemos (espero) son dos conceptos bien diferentes. La persona NECESITA nutrirse para vivir, para hacer frente a las enfermedades, infecciones, etc.; y para nutrirse NECESITA alimentarse. Lo primero es indiscutible. Lo segundo es realmente donde tenemos un problema, o no. Los problemas del lenguaje, y también los de algunos que lo utilizan confundiendo a los lectores (a veces involuntariamente), nos influye enormemente de manera que no se puede hablar de alimentación y nutrición como si fueran la misma cosa. Los enfermos de demencia, como el resto de humanos, necesitan nutrirse, tal y como sabiamente afirmaba el Dr. Gil Gregorio. Lo que ocurre es que los medios que a veces se utilizan no son los adecuados. 

Se introduce un nuevo concepto cuando hablamos de los conflictos éticos en torno a la nutrición: ARTIFICIAL. Por lo visto, lo deplorable es la nutrición artificial. Por lógica, lo artificial es lo NO natural. Por ello, entiendo que deberíamos focalizar nuestra atención en lo que se considera NUTRICION NATURAL y ARTIFICIAL. Para intentar evitar prejuicios vamos a poner como ejemplo a un recién nacido. La sustancia natural que le provee de sustento vital será la leche materna; la vía natural y ordinaria por la que un recién nacido toma sus nutrientes, la leche, es el pecho de madre. Siguiendo con este mismo ejemplo, la leche que fabrican en los laboratorios para sustituir la leche materna, sería una sustancia artificial; y la vía artificial para que le llegue al bebé recién nacido será el biberón. Pero ¿cómo se conjugaría todo esto con lo que entendemos por alimentación? Pues el pecho materno es alimentación natural, y el biberón es alimentación artificial. Pero, análogamente, la leche materna se considera nutrición natural (sale del mismo cuerpo de la madre, como los alimentos que en los adultos salen de la naturaleza: animales, vegetales, minerales, etc), mientras que la leche de laboratorio se considera nutrición artificial (y si no, preguntadle a las de la secta pro-lactancia materna, y ya os lo explicarán, ya…). Igualmente, el pecho materno sería una vía de alimentación natural, mientras que el biberón será considerado vía de alimentación artificial. Volveremos a este ejemplo más tarde. Pero de momento tenemos ya tenemos clara una cosa: la utilización del término “nutrición artificial” para referirnos a la sonda nasogástrica es totalmente errónea. Lo que no se discute es la necesidad de nutrirse, sino la forma de alimentarse artificialmente. 

Los problemas éticos en torno a los pacientes con demencia tipo Alzheimer parecen radicar entonces en la manera de alimentar artificialmente, o lo que es lo mismo la utilización de la sonda nasogástrica. Esta es un tubo de silicona o látex PRESCRITA EXCLUSIVAMENTE POR EL MÉDICO, y que de manera artificial se introduce por la nariz y se pasa por la faringe hasta llegar al estómago; a través de este tubo se introduce nutrición artificial (los famosos batidos que las gerencias de salud de las comunidades autónomas empezaron a “racanear”, que sustituyen a la nutrición natural, proveniente de la comida hecha en la cocina). Pero atendiendo a la aclaración de conceptos que he expuesto más arriba es fácil entender que la sonda nasogástrica solo sería UNO DE LOS MEDIOS DE ALIMENTACION ARTIFICIAL, pero no el único, no es el baluarte de la alimentación artificial. Por ejemplo, la trituración de las comidas, una manera de alimentar artificialmente, es un recurso muy utilizado para adaptar las consistencias para una mejor masticación por los enfermos, ya sea por hacérselo más sencillo o por la dificultad de masticar por la falta de dientes; también sería la utilización de gelatinas y aguas gelificadas para procurar que ingieran líquido suficiente en formas no naturales para procurarles una hidratación adecuada; también lo sería el darles con una cuchara de postre compotas o purés enriquecidos con módulos de proteínas, por ejemplo; lo mismo al paciente se le ha olvidado como iniciar la secuencia de masticación y necesita que nosotros estemos sentados frente a ellos, sin prisa, hablándoles tranquilos y abriendo nuestra boca al tiempo que acercamos la cuchara a la suya (al igual que hacían nuestra madres cuando querían que abriéramos la boca); cuantas sorpresas nos ha dado esta técnica. Lo mismo le procuramos a los enfermos de Parkinson en fases moderadas de la enfermedad, así como en otras enfermedades tal que la PSP. Por todo lo explicado, podemos afirmar con rotundidad que hablar de lo inapropiado de la nutrición artificial en general es erróneo y lleva a confusiones conceptuales. LA NUTRICIÓN ARTIFICIAL NO CONLLEVA PROBLEMAS ÉTICOS; LO QUE SUPONE UN PROBLEMA ÉTICO ES LO PROPORCIONADO O DESPROPORCIONADO DE LA MEDIDA TOMADA PARA ALIMENTAR ARTIFICIALMENTE. Estas confusiones son mal entendidas por los familiares, tal y como durante 20 años me han ido contando tras explicarles lo mismo que les he explicado a ustedes. Esas mismas confusiones llevan en numerosas ocasiones a los familiares a tomar decisiones en torno a la continuidad de la vida de una persona frágil, vulnerable  y enferma que depende solo de ellos; y del buen criterio de nosotros, los profesionales, pero esa es otra historia.

Volviendo otra vez al titulo del artículo: “Alzheimer: No hay que alimentar con sonda”, nos encontramos con una reacción de la gente de a pie desproporcionada: cuando mi madre esté en un estadio avanzado de la demencia no le pondremos sonda. Aunque no me crean a estas alturas, yo también podría pensar lo mismo, e incluso creo que lo pondría en mi documento de voluntades anticipadas. Pero la cuestión sobre la que debemos preguntarnos es: ¿la sonda que dice que quieren ponerle a su madre es para siempre o solo durante unos días/semanas?¿es una medida proporcionada o desproporcionada?. Esto nadie lo ha dicho hasta ahora. No es lo mismo preguntarnos por la utilización de una sonda en un estadio extremadamente avanzado de la enfermedad de Alzheimer, acompañada de otras patologías concomitantes (cardiopatías graves, nefropatías graves, EPOC, etc) (posiblemente en este ejemplo arbitrario la sonda podría ser una medida desproporcionada), que hacerlo teniendo en cuenta que acaba de llegar del hospital, a donde lo derivaron por una grave neumonía, y donde ha estado sometido a varios tratamientos con antibioticoterapia sabiendo como le habrán dejado el cuerpo de agotado al pobre enfermo estos medicamentos y gente extraña. 

A veces, a los pocos días de llegar a la residencia o a su casa de nuevo, la que era su entorno habitual, con su gente desconocida pero familiar, sus cerebros empiezan a resincronizarse y un día cualquiera comienza a tomar una cucharada de yogurt, al ver a otros hacerlo (lo mismo lo ve hacer en la televisión, quien sabe…) y a los pocos días está comiendo su puré triturado; y entonces se produce lo que hoy algunos entienden como un milagro: al enfermo se le retira la sonda nasogástrica. Siendo francos, estas reacciones las hemos visto en pacientes en diferentes estadios de la enfermedad. Pero también en los más avanzados. A otros les puede las complicaciones que hemos descrito y entonces su recuperación, se hace más difícil hasta imposible, y en estos no hay grandes esperanzas de poder retirar la sonda. Otra gran complicación sería la agitación desmedida que provoca llevar la sonda (digo este ejemplo, porque es otro mantra de los que no hacen diferenciaciones), y el uso de sujeciones físicas o de medicación para evitar que se la saque accidentalmente; aunque en este caso, el equipo y la familia debe revisar el caso diariamente para poder saber si el paciente se está recuperando de la patología que le obligó a llevar sonda (no me refiero a la demencia tipo Alzheimer), o si por el contrario la situación empieza a adquirir tintes dramáticos como las hemorragias por salidas accidentales pero continuas, o una mayor agitación por la sujeción, o un peor estado general por el uso de la medicación sedante o neuroléptica. 

A pesar de todo, indicación de no instaurar sonda
Como hemos podido comprobar hasta ahora, espero, hay varios matices del sondaje y de su prescripción que no suelen ser tenidos en cuenta a la hora de evaluar la bondad o no de la acción realizada, e incluso la proporcionalidad o desproporcionalidad de la medida adoptada, en este caso la sonda. A partir de este momento este problema pude entenderse complejo y compuesto por tres grandes variables: la que concierne al propio enfermo, la que concierne a la familia, y por último la que concierne al profesional. Veamos cada una por separado.

La que concierne al enfermo. Solo la persona portadora de derechos civiles pude ejercer su capacidad jurídica y decidir anticipadamente someterse o no a determinado tratamiento y/o técnica como es la nutrición artificial por alimentación artificial, como es la sonda nasogástrica. La mejor manera de hacerlo es el documento de voluntades anticipadas; de no procurarlo así estamos ante los grandes problemas de decisiones que tanto familiares como profesionales nos vemos abocados sin remedio. En este punto aparecen algunos garantistas de la opinión del enfermo que no puede pronunciarse por sí mismo por su demencia tipo Alzheimer, como los de la asociación por una “muerte diga”, que todo lo arreglan con la eutanasia. A este grupo pertenecen los que en ética se llaman los utilitaristas, los cientificistas, los de corte sociobiológico, y cuyos pronunciamientos suelen adquirir una falsa puesta en escena en forma de “todo es relativo”; estos son los que defienden que si el enfermo grita cuando vas a colocarle una sonda es que está expresando emocionalmente su desagrado con la medida a utilizar y por ello no hay que utilizarla (a estos me gustaría a mi verles que hacen cuando sus hijos les digan que no quieren cepillarse los dientes por la noche). Como podemos comprobar, en una enfermedad como el Alzheimer donde tan comprometida está la deliberación cognitiva de lo que puede saber el enfermo que le pasa y sus repercusiones, es en este punto donde entran en juego los otros dos agentes: los familiares y los profesionales.

La que concierne a la familia: en no pocas ocasiones hemos podido ver a familiares de un mismo enfermo decir unos una cosa y otros la contraria en relación al sondaje, al re-sondaje tras una extracción, como en otros problemas (traslados al hospital, retirada de determinada medicación, etc). Tras hablar con muchas familias creo que lo preocupante no es la opinión en sí, sino los factores que han determinado tal opinión: algunos se sienten culpables (tanto racional como irracional) por haber dejado a su madre en una residencia, o al cuidado de una chica en su casa, y en estos la culpa aparece como un resorte que pide a gritos acabar con tanto sufrimiento; la cuestión es que a veces, no pocas, no se sabe si el sufrimiento del que se habla es el del enfermo o el de los familiares por verle enfermo y en una residencia o en una casa solo. Hemos conocido a otros que han deseado que no hagamos más por su madre, no por la proporcionalidad o desproporcionalidad de la acción, sino por que está durando mucho y el dinero, o la posible futura herencia se acaba (cruel si, pero tan real como la vida misma). Otros familiares están tan dolidos por la muerte inminente (podría ocurrir en semanas o días) de su madre/padre que la negación (normal y típica, por cierto) del momento de la mala noticia provoca que no quiera que se muera y para ello exige que no la dejemos morirse de hambre; en estos la culpa aparece de manera anticipada también. Para otros, su madre enferma de Alzheimer ya hace tiempo que murió, simbólicamente pero murió, ya no la reconocen como su madre, y la decisión de sondar como de no sondar péndula en torno a esta ambigüedad de la pérdida, tal y como refería Pauline Boss. 

La que concierne a los profesionales:
Los profesionales también somos personas, con corazón y todo. Lo que pasa es que con el tiempo, y las buenas y malas experiencias, nuestro corazón puede ablandarse en exceso (no quiero que sufra innecesariamente, antes incluso de poder comprobar si realmente existe ese sufrimiento), o bien endurecerse en extremo (el sufrimiento de la familia y el enfermo no es su competencia; lo es salvar vidas y si es posible sin denuncias de por medio). Estas posturas tan radicales en su presentación, y tan polarizadas en su contenido, nos ayudan a entender que los profesionales no estamos exentos de cierta “contaminación“ emocional del caso, posiblemente impregnados de experiencias previas. Debemos trabajar interiormente, pero también procurar derivar a los comités de ética del hospital, o de la gerencia de salud, aquellos casos que, tanto la dificultad de los aspectos concernientes a los familiares como aquellos que afectan al enfermo, sean tales que pongan en riesgo la bondad de nuestras acciones. A veces, simplemente es miedo a que nos denuncien esos familiares que dicen ya antes de saludar que a su madre nadie la va a dejar morirse sin comer, o lo contrario. Quizás, en lugar de posicionarnos en un sí o no, más defensivo que ético, lo que deberíamos hacer es hablar de un sí o un no, pero de momento a medias, ya que el caso hay que evaluarlo diariamente, dándoles tiempo a que asuman el estado terminal de su padre (si es que se da), o bien la posible recuperación del enfermo dentro de unos días; y ya después se decidirá de nuevo.

Como han podido comprobar, mi tesis en esta entrada NO ha sido SONDAR A TODA COSTA, sino la de tener en cuenta muchos otros aspectos y puntos, que van más allá de una mera recomendación que hace alguien ajeno al mundo asistencial, y que parece aprovecharse de la buena voluntad de un grupo tan implicado como la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, al cual me enorgullece pertenecer. Se han cogido estractos concretos del posicionamiento de esta Sociedad científica (3)(ver enlace al documento completo al final de esta entrada) para poner en su boca afirmaciones que estoy seguro que deberían matizarse más. El artículo de Alfageme (1) refiere casi al final que, evidentemente, la valoración de los pacientes debería hacerse de manera personalizada e individualizada; ya te digo, eso lo sabemos todos. Lo que ocurre es que ella en lugar de poner precisamente eso en el titular, lo que hace es confundir y adoctrinar moral y sutilmente a los lectores instándoles a adquirir una posición de parte. Los que estamos cada día con ancianos no queremos prescribir (los médicos) ni colocar (los enfermeros) una sonda nasogástrica. Pero también debemos ser conscientes de que, a veces, esta es la única vía que nos han enseñado o que nos han pautado. Se entiende que nos enfademos y pidamos que a los enfermos de Alzheimer no les pongamos sondas. Pero esto debería estar acompañado de una alternativa que procure seguir nutriendo a las personas humanas enfermas, aunque con otra medida de alimentación artificial no tan cruenta como la sonda nasogástrica.


Es curioso como estas noticias coinciden en el tiempo con otras del tipo “el gobierno retoma en las Cortes leyes aparcadas como la de eutanasia”. No me fastidia dar explicaciones por los actos que hacemos como profesionales y humanos, es necesario hacerlo. Lo que me irrita es que me tomen por tonto, a mí y al resto de ciudadanos.

(1) Ana Alfageme. Alzheimer: no hay que alimentar con sonda. El País (29 de Agosto de 2019)
(2) Emilia De Benito. El Alzheimer acaba matando por infecciones y malnutrición. El País. (24 de Marzo de 2014)

(3) Documento de posicionamiento de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología
https://www.segg.es/actualidad-segg/2019/08/20/recomendaciones-de-la-segg-con-respecto-a-la-sonda-nasogastrica-en-personas-con-demencia-avanzada

Comentarios

  1. Ignacio Rodríguez García30 de diciembre de 2019, 11:26

    buenos dias, Carmelo. Gracias por aportar conocimiento y sobre todo "alma" a este mundo cad vez más material y vacío . Aprovecho para mandarte mis mejores deseos para el 2020.
    Un gran abrazo

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