Muerte voluntaria asistida: ¿un nuevo desafío nórdico?
La semana pasada tuve la oportunidad de conocer por parte de un buen amigo un artículo de un periódico digital de la Región de Murcia. Su contenido versaba sobre un nuevo término, que no concepto, en torno al suicidio asistido, que en esta ocasión viene a denominarse "muerte voluntaria asistida". En dicha entrada periodística se entrevistaba a Erika Preisig, presidenta de Lifecircle (en una traducción pueblerina querría decir algo así como "círculo de la vida" o "círculo vital").
Por lo visto en Suiza esta asociación practica la muerte asistida de personas que han decidido morir de determinada manera, algo a lo que aspiran otras en nuestro país. El artículo, muy bien escrito por cierto por Lola López, viene a describir este proceso y sus repercusiones. Por un lado, aclara aparentemente el termino "muerte voluntaria asistida", y luego refiere los requisitos, además de ir divagando sobre conceptos y temática en torno a la ética y bioética.
Desde mi punto de vista, por supuesto que estoy contra del sufrimiento de las personas, más si cabe cuando este es fruto de enfermedades físicas que producen destrucción y dolor en la persona, pero hasta aquí lo poco que puedo compartir con la señora Preisig.
Para empezar, deliberadamente confunde al lector con lo que es el suicidio asistido (SA) y lo que vende, esto es, la muerte voluntaria asistida (MVA). Según Preisig:
"Es lo mismo, la MVA es un SA. el suicidio para mí es otra cosa, los suicidios son agresivos, brutales, crean problemas a otras personas que después deben hacerse cargo de todo. La muerte asistida es como un suicidio pero completamente distinto, porque no se da problemas a nadie".
Esta definición, o acotación conceptual, es del todo insuficiente desde el punto de vista de la ética asistencial. Por varios motivos, aunque se podrían resumir con los riesgos que sintetizar supone, en que Preisig establece la diferencia entre suicidio voluntario y muerte voluntaria asistida, en la "brutalidad" del acto, en el "egoísmo" del que se suicida frente al "buen hacer" del que pide morir comunicándolo antes a sus familiares. Como si comunicarlo antes a los familiares fuera un descargo para los mismos oiga. Al final, el trauma de la muerte, estimados lectores, es para todos, para el que se va y para los que quedan. ¿Es que ustedes quedarían tranquilos y amarían más a su esposo/a, hermano/a si el decidiera morir voluntariamente?¿Que diferencia hay entre la situación expuesta por Preisig y la que protagoniza otra persona que deja una carta de despedida a sus familiares expresándoles todo el amor del mundo, y habiendo dejado todos sus asuntos listos?. La respuesta ya se la adelanto yo: ninguna. Detrás de esta iniciativa se esconde una nueva tendencia, ya conocida desde hace tiempo (Leer Los recuerdos, de David Foenkinos), que si bien es notable por su aparente bondad, no está exenta de riesgos, al menos asociados a la eticidad de la acción.
Esta definición, o acotación conceptual, es del todo insuficiente desde el punto de vista de la ética asistencial. Por varios motivos, aunque se podrían resumir con los riesgos que sintetizar supone, en que Preisig establece la diferencia entre suicidio voluntario y muerte voluntaria asistida, en la "brutalidad" del acto, en el "egoísmo" del que se suicida frente al "buen hacer" del que pide morir comunicándolo antes a sus familiares. Como si comunicarlo antes a los familiares fuera un descargo para los mismos oiga. Al final, el trauma de la muerte, estimados lectores, es para todos, para el que se va y para los que quedan. ¿Es que ustedes quedarían tranquilos y amarían más a su esposo/a, hermano/a si el decidiera morir voluntariamente?¿Que diferencia hay entre la situación expuesta por Preisig y la que protagoniza otra persona que deja una carta de despedida a sus familiares expresándoles todo el amor del mundo, y habiendo dejado todos sus asuntos listos?. La respuesta ya se la adelanto yo: ninguna. Detrás de esta iniciativa se esconde una nueva tendencia, ya conocida desde hace tiempo (Leer Los recuerdos, de David Foenkinos), que si bien es notable por su aparente bondad, no está exenta de riesgos, al menos asociados a la eticidad de la acción.
Otro punto es la excesiva carga de la prueba que Preisig añade al término "muerte digna" y que es similar a otros posicionamientos también conocidos en nuestro país (recuérdese el caso de Ramón Sanpedro). Hace un par de años, durante un seminario de bioética celebrado en Barcelona tuve el honor de escuchar a una filósofa que es asesora (o al menos lo era entonces) del Comité de ética asistencial de Cataluña. Esta reforzó lo que por su peso se sabe, esto es, la muerte no es ni digna ni indigna, simple y llanamente es el fin de la vida. Y punto. Lo que podemos discutir sobre la dignidad es como atributo previo al acto de morir. Para entendernos, para los que utilizan de manera coloquial (entre los que a veces me incluyo para hacerme entender cuando me dirijo a neófitos en ética) el término "dignidad" no es digno morir rabiando de dolor (privando al enfermo de medicamentos o procedimientos que palien o eliminen ese dolor), no es igual de digno que morir tranquilo, sin dolores, plácidamente. Pero esto también está sujeto al acervo cultural del acto; de esta manera, para algunas personas morir con cierto dolor les acerca más y antes a una realidad trascendental, y por ello la muerte sería "más digna", mientras que para otras la mera visión de la muerte futura convierte en algo terrible la mera existencia, y necesitan tomar medidas paliativas antes incluso de experimentar dolor. Pero además, esta dignidad de la que hablamos es de tipo moral, que no ontológica. Para aclararnos, la dignidad moral es aquella que partiendo de la ética y la pluralidad de posicionamientos (que no relativismo moral) caracteriza nuestras acciones como buenas o malas; en este pluralismo interviene la cultura de manera inevitable, de modo que pegarle una bofetada a un hijo después de haber insultado a su madre, para unos podría ser digno como para otros indigno.
En ética personalista, al contrario que la utilitaria o positivista, la dignidad de la que hablamos es la ontológica, es decir, aquella asociada a la persona por el mero hecho de serlo. Aquella que para algunos va unida a la realidad vital en el momento de la concepción y para otros en el momento de interacción del ser humano con el medio que le rodea. Esa dignidad no es de la que está hablando Preisg, ni nadie que hable tan fácilmente como vemos de "muerte digna". Esa dignidad, la ontológica, es aquella que nos hace estremecernos ante el mero recuerdo de niños, ancianos y enfermos en las cámaras de gas. Esos mecanismos, que recordemos no producían dolor, los pusieron en marcha algunos tras conocer ciertos presupuestos teóricos que hablaban de la bondad de "eliminar" ciertas deficiencias, como las que son fruto de la edad o de la enfermedad, o de la impureza genética (en esto se basaban los nazis).
Es triste, y desolador para sus familiares, que una persona se encuentre tan desesperada como para infringirse la muerte. Preisig habla de brutalidad, pero hay muchas maneras "dulces" de suicidarse, y además acompañado todo de una preciosa carta de despedida. Todo esto queda en el terreno de lo personal, de lo íntimo, de la decisión de cada uno sobre si mismo. Esto sería un suicidio en toda regla. Preisig habla de darle "algo" a esta misma persona desesperada cuando lo pida porque ella no tiene el valor para hacerlo. Esto es según Preisig "muerte voluntaria (lo que viene a ser suicidio en mi pueblo, vamos) asistida". ¿Han visto la película Amor, de Haneke?. Les invito a que la vean y se pregunten cuanto de amor hay en el acto final y cuanto de justicia.
En otra parte de la entrevista, insisto que excelentemente recogida por la periodista Lola López, Preisig nos habla de la sedación terminal, como una manera de muerte asistida. Tampoco es una muerte asistida señora Preisig. La sedación terminal persigue exclusivamente el alivio del dolor con medidas extraordinarias, porque no es el procedimiento habitual y se usa cuando ya no queda más remedio en estos pacientes "terminales", pero no desproporcionadas puesto que no supone un sufrimiento extra al paciente. Preisig no opina igual tal y como se lee en una parte de su entrevista:
"Quiero que las personas decidan conscientemente que quieren morir en ese momento exacto. En Suiza, si se pierde la consciencia o la capacidad de discernimiento se puede realizar la sedación terminal, no la muerte asistida. La sedación terminal quiere decir que se administra al enfermo morfina y Dormicum, provocándole un coma artificial a partir del cual va a morir en unos días. en la muerte asistida se muere en ese mismo momento, cuando el paciente lo quiere, rodeado de los familiares y de los amigos. En la sedación terminal, por el contrario, el paciente está inconsciente, no bebe ni come, y en unos días muere, en un estado de coma donde no sufrirá."
Ese "quiero" ya dice mucho sobre la iniciativa de Preisig. Sabemos que una sedación terminal por su propio funcionamiento no va a acabar con la muerte de la persona, sino que va a privar a esta de los mecanismos biológicos de supervivencia frente a la destrucción dolorosa del cuerpo producida por una enfermedad en estado terminal. Y esto puede durar horas o unos pocos días, y es supervisado por un facultativo en un ambiente controlado, donde también se asiste a los familiares en el difícil trance de separarse definitivamente de un ser querido. Para más información, hace algún tiempo escuche en una conferencia en Valencia a un sacerdote, que además de médico era en ese momento el representante de la Iglesia Católica en esa mesa redonda, decir que el sufrimiento corporal gratuito no está justificado, y que por ello la sedación paliativa, o también llamada terminal, era un recurso disponible y exento de dilemas éticos y morales, estos últimos desde un punto de vista religioso. ¿Que mas quiere usted señora Preisig?. Ya lo dice ella claramente: "Quiero que las personas decidan conscientemente que quieren morir en ese momento exacto". Esto en España, afortunadamente, se llama incitación al suicidio, y es punible.
No nos equivoquemos, de lo que habla Preisig es del "homicidio asistido"o lo que es lo mismo EUTANASIA ACTIVA. Como he referido antes, el suicidio es una situación de fracaso personal, ante la vida o ante alguna situación insostenible. Bastante desgracia supone esto para el ser humano individual como para hacer de esta una actitud de la "humanidad". La muerte es lo contrario a la vida. Inducirla por la mera decisión personal sin argumentos que la justifiquen (dolor insoportable no paliable por otros medios, por ejemplo), más allá de la postura psicológica del otro, no es un acto sujeto a la dignidad humana. Posiblemente, los esfuerzos de Preisig, al igual que los de otros muchos que defienden lo indefendible, deberían ir encaminados a apoyar psicológicamente y socialmente a las personas que sufren por una enfermedad que va a acabar con su vida en un periodo de tiempo más o menos conocido. También a apoyar a sus familias, para que no les pase como al co-protagonista de Amor, de Haneke, al que la soledad y la falta de apoyos supusieron una enfermedad tan grave y tan terminal como la de su esposa. De esta manera si que podremos hacer más digno el proceso del buen morir, que no es lo mismo que de la muerte, contemplando la dignidad del ser humano en cuanto persona tanto como nuestra propia dignidad, no solo desde el punto de vista moral, sino ético, ontológico.
Si quereis leer el artículo de Lola López a Erika Preisig el enlace es: http://www.eldiario.es/murcia/ entrevistas/derecho-muerte- digna_0_470353666.html
Si quereis leer el artículo de Lola López a Erika Preisig el enlace es: http://www.eldiario.es/murcia/
Ahí queda eso. Lo mismo para algunos me he pasado, pero me he quedado en la Gloria...
Vaya tela la Sra. Preisig, que supongo que será doctora en Medicina. Como siempre tus comentario super acertados, no confundamos a la gente, muerte voluntario es sinónimo de homicidio programado.
ResponderEliminarLo que me extraña es que sea legal. En fin...
A mi lo que me parece increíble es que hasta la muerte se convierta en un negocio. Me imagino el video promocional "Muerte feliz" rodeada de tus familiares y amigos,cantando, riendo. Todo perfecto. Falta que también te oferten en el kit una cena y masaje premortem,manicura,peluquería y una línea de ropa para que ese día vayas divino/a.
ResponderEliminarIncluso que esta señora diga sin ningún problema que es preciso perder unas semanas o meses de vida por morir cuando tú quieres, antes de perder la capacidad de discernimiento.
Y yo me pregunto, por ejemplo, en una demencia, que es un proceso degenerativo progresivo, que vas perdiendo esa capacidad poco a poco, ¿cuando deciden ellos que debe ser el momento? ¿ En la fase inicial? cuando en la mayoría de casos son inapreciables los signos, cuando aún conservan la mayoría de sus capacidades, de autonomía, que pueden hacer una vida casi normal. ¿Ese es el momento de quitar de enmedio a esas personas por el simple hecho de que ellas piensan que van a ser una carga para el resto o por que no quieren verse deteriorados? No sería mejor darles apoyo tanto por parte de profesionales como de su familia.
Y respecto a los estados vegetativos mantenidos artificialmente, pienso que habría que dar mayor difusion por los profesionales de la salud de los documentos de instrucciones previas y quizás se evitarían muchos dilemas y enfrentamientos en esos dificiles momentos.
La entrevista con la Dra Preisig, nos sitúa nuevamente ante el debate sobre la eutanasia. O lo que opino es el fondo de la cuestión, conocer dónde se sitúa el límite la voluntad del ser humano. Teniendo en cuenta las diferentes legislaciones entre los países, lo cierto es que ciertas definiciones confusas no facilitan el debate como son suicidio asistido, eutanasia pasiva, eutanasia activa directa… y ahora muerte voluntaria asistida.
ResponderEliminarExisten opiniones encontradas y razonadas sobre los límites de la libertad y de la voluntad, hay quien como la Dra Preisig esgrime que el ser humano puede disponer de su propia vida y por lo tanto elegir el momento de su muerte, sin tener en cuenta a nada o a nadie. O teniendo solo en cuenta a la asociación o personas que te van a facilitar llevar a cabo una determinada decisión.
La cuestión resulta cuanto menos interesante y debe exigir un debate político y social pausado, no solo ante determinados casos que obtienen la atención y el interés de los medios de comunicación puntualmente y por consiguiente captan la atención de los ciudadanos pero sin entrar en profundidad en el fondo de la cuestión, que al parecer han tenido en otros países sobre cuestiones relacionadas con la autonomía al final de la vida.