Un río llamado Leteo
Hace muy pocos días me desperté con el ruido de las
hélices de dos helicópteros y con la noticia de que un vecino de mí pueblo
había desaparecido. El evento, ya de por si es preocupante, pero en nuestro
caso lo es más si cabe si añadimos que esta persona tenía más de 65 años y
además estaba diagnosticado de Alzheimer. Un caso más, como otros tantos a los
que la prensa, y los cartelitos de las farolas, nos tienen acostumbrados.
Quizás no se pone uno a pensar sobre este tema hasta que no te afecta, como ha
sido mi caso. Lo encontró la Guardia Civil 48 horas después ahogado en la
orilla de nuestro querido río Segura, abrigado por los cañaverales que tantas
otras veces había él mismo contemplado. Se suma el caso de este conocido a
otros que como él han sido perdidos y hallados, pero muertos. ¿Cómo puede pasar
algo así en el siglo XXI? La respuesta no es fácil ni sencilla. TODOS tenemos
la culpa. Me es difícil asumir que los mismos que hablamos de protección de los
mayores, de agilizar los procedimientos de incapacitación y tutela en caso de
demencia, de detectar cada día más precozmente las enfermedades del cerebro,
como es la demencia, no sepamos como prevenir situaciones que por otro lado
estaban más que cantadas. En el símil, siempre respetuoso, con los niños esto
me recuerda mucho a aquello que me decían mis padres de “no te arrimes a la ventana que te puedes caer abajo”. Pensábamos
entonces que nuestros progenitores eran unos exagerados; más todavía cuando
instalaban alguna barandilla en la ventana que nos impedía sacar medio cuerpo
fuera de la misma, precisamente. No teníamos capacidad para discernir entre lo
que era perjudicial y lo que no lo era. Además nos vigilaban por si hacíamos
algún amago de escalar la barandilla, y si así era ya se encargaban de que nos
acordáramos durante un tiempo de que no debíamos volver a hacerlo. Pero al
final, ya por miedo al castigo o por los dispositivos disuasores, no nos
subíamos y por tanto no nos caíamos. ¿Cómo puede una familiar mayor hacerse
cargo las 24 horas del día de un enfermo que unas veces parece estar muy cuerdo
y otras parece un niño?¿Qué podía hacer su médico de familia más allá de
hacerle las recetas de los antocolinesterásicos prescritas por el neurólogo al
cual derivó al enfermo él mismo?¿Qué podía hacer la unidad de trabajo social
(más conocida como UTS) de distrito si nadie había presentado ninguna queja de
abandono o urgencia social?¿Qué podíamos hacer el resto de paisanos del pueblo
aunque supiéramos que tenía Alzheimer y se despistaba?. SILENCIO. Esa es la
única respuesta. “pobre hombre” dicen
durante estos días en los corrillos los viejos de la Era (versión folclórica en
mi pueblo del asqueroso y televisivo Sálvame Deluxe).
A mí en cambio se me ocurre lo de “entre todos la mataron y ella sola se murió,
porón pon pon”. O lo de “¡¡Fuenteovejuna,
todos a una!!”. El muerto ya no puede quejarse, sus lamentos de niño han
quedado ahogados no solo por el agua del río, que aunque seco sigue siendo
letal, sino por la descoordinación de los servicios sanitarios y públicos que
una vez diagnosticado el enfermo y cumpliendo el perfil de persona a la cual
hay que hacer un seguimiento preventivo, tanto por lo sanitario como por lo
social, no lo hicieron, somos conscientes que no por voluntad propia, sino por
la ausencia de procedimientos que consigan de una vez no aumentar la burocracia
y acercar los trámites al sentido común. Este mismo sentido común que hacía con
mi paisano, pero como también con el resto de mayores perdidos y hallados
muertos en otros pueblos y ciudades de nuestro país, intuir que algo fatal y
funesto se estaba cociendo. Recordemos todos que pensar o decir: “¡¡Madre mía!!, lo perdido que está este
hombre. Un día de estos le va a pasar algo. Alguien debería hacer algo” no
es suficiente. Hay que dar un paso más y denunciar esta situación a los agentes
sociales y sanitarios de nuestra comunidad.
Ojalá este sea el último tributo que los enfermos
desorientados ofrecen a un río Segura que está pidiendo a gritos que no dejemos
que los niños en cuerpos de ancianos se acerquen a sus preciosas pero
imprevisibles aguas.
Ahí queda eso…
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